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Recuerdo el momento en que decidí comenzar un proceso de fertilidad. No llevábamos tanto tiempo buscando un bebé, pero yo ya estaba a medio camino hacia los 40 años, y en este tema, el tiempo apremia…
No podemos cambiar nuestra biología, ni quienes somos, ni nuestro cuerpo. Así que debemos asumir que una mujer a partir de los 35 años lo tiene muy complicado para concebir de forma “natural”, sobre todo si es su primer embarazo.
Si miro hacia atrás, no sabría decir por qué tardé tanto tiempo en desear ser madre. Podría decir que no tenía la pareja “ideal” para ello, que no tenía estabilidad laboral, que era muy joven… Pero lo cierto es que ninguna de esas razones sería cierta.
Después de más de dos años de piscoterapia, y de estar en la recta final de la formación en Terapia Gestalt, han sido muchas horas las que he dedicado a reflexionar sobre este tema. Y ahora tengo más claro que mi historia y la de mis padres y abuelos ha contribuido mucho a haber tenido desde que recuerdo la idea de que “jamás, jamás, jamás tendré hijos”.
Para mí el miedo a que se repitieran ciertos patrones era demasiado aterrador. Perder a un padre siendo muy niña, no haber sentido nunca la seguridad necesaria para que un niño crezca desarrollando vínculos sanos, una madre rígida y básicamente ausente, una historia familiar complicada… son suficientes motivos para que tu inconsciente se cierre en banda a repetir otra generación con tanto sufrimiento.
Así que pasaron décadas pensando que yo había decidido de forma libre que nunca tendría hijos, que quería ser libre, disfrutar de al vida…
Hasta que un día ves que nada anda bien en tu vida, y comienzas a ir a terapia, y comienzas a comprender tu historia y los motivos que te hicieron ser quien eres, y comienzas una relación “sana” por primera vez en tu vida… y quieres formar una familia. Una familia distinta. Llena de amor, de comprensión, de atención, de escucha…
Pero lo triste es que las mujeres no tenemos tanto tiempo como los hombres. Puede que nos haya costado muchos años llegar a este punto. Y llegado el momento, ya no hay tiempo para tener hijos, o por lo menos, de la manera “divertida” de tenerlos.
Así que toca leer mucho, investigar mucho, y decidir si el esfuerzo y el agotamiento mental de pasar por un proceso de fertilidad merecen la pena. Sabiendo que puede que nunca tengas éxito, que puede que tengas que gastar mucho dinero, que vivirás ciclos duros en los que no pasará nada, o pasen cosas que no te hubiera gustado vivir, que visitarás la clínica o el hospital tres o cuatro veces al mes, que te cansarás de que metan y saquen toda clase de artilugios en tu vagina…
Y siempre con esa sombra sobre nuestra cabeza… ¿merecerá la pena?
Fotografía: Brigitte Tohm
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