cuentos zen

Dos cuentos zen para aprender a soltar y a recibir

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Me encanta estos dos cuentos zen. Hace mucho que no los leía, pero hoy los he recordado durante una sesión con una de mis clientas. Ella quiere «cortar» con algo de su pasado, y no lo consigue ni sabe cómo hacerlo.

Por supuesto, además de recordar estos cuentos zen, he recordado todas las veces que yo me he encontrado en esa misma situación. «Atada» a algún acontecimiento, pareja, sentimiento, rencor, pensamiento… sin ser capaz de soltar, de dejar atrás.

Normalmente esto que no podemos soltar se vuelve una obsesión. Un pensamiento que vuelve una y otra vez y sentimos que no podemos hacer nada para cortar. Para que nos deje en paz y nos deje vivir tranquilos.

En algún momento de la terapia aprendí que soltar no era olvidar, borrar o eliminar… O esperar a que «eso» desapareciera de algún modo mágico. Que soltar es un ejercicio personal. Es la voluntad de estar en paz con una situación determinada. Y para eso hay que reconocer eso que se quiere soltar, normalmente hay que dejar salir la rabia y el resentimiento acumulados, hay que agradecer que ha existido en nuestra vida, hay que dar gracias por lo que nos ha enseñado, hay que ser consciente de que ya no lo necesitamos ni lo queremos… y por supuesto, lo más difícil…

Tenemos que tener el valor de dejar ir, de dejar ese espacio libre en nuestro corazón. Tenemos que tener el valor de enfrentarnos con el vacío, con nuestro propio vacío. La mayoría de las veces que nos aferramos a algo es porque nos da miedo la soledad, la carencia. Entrar en el vacío nos da pánico y mucho vértigo, como si nos encontráramos ante un precipicio, a oscuras, sin saber cuál de los siguientes pasos nos dejará caer en la nada…

Preferimos lo malo conocido que lo bueno por conocer. Y en parte es comprensible. Es lo más fácil, lo que ya conocemos. Nuestra zona de confort.

¿Pero qué pasa si nos quedamos en la zona de confort, con eso «malo conocido»? Seguro que ya sabes la respuesta… Como verás en el segundo cuento, si no nos vaciamos no llegará nada nuevo a nuestra vida.

¡Espero que disfrutéis de estos cuentos zen!

Dos cuentos zen

Dos monjes y una mujer (Aprender a soltar)

Erase una vez, dos monjes zen que caminaban por el bosque de regreso a su monasterio.

En su camino debían de cruzar un río, en el que se encontraron llorando una mujer muy joven y hermosa que también quería cruzar, pero tenía miedo.

– ¿Que sucede? – le preguntó el monje más anciano.

– Señor, mi madre se muere. Está sola en su casa, al otro lado del río y no puedo cruzar. Lo he intentado – siguió la mujer – pero me arrastra la corriente y nunca podré llegar al otro lado sin ayuda. Ya pensaba que no volvería a verla con vida, pero aparecisteis vosotros y  podéis ayudarme a cruzar…

– Ojalá pudiéramos ayudarte – se lamento el más joven. Pero el único modo posible sería cargarte sobre nuestros hombros a través del río y nuestros votos de castidad nos prohíben todo contacto con el sexo opuesto. Lo lamento, créame.

– Yo también lo siento- dijo la mujer llorando desconsolada.

El monje más viejo se puso de rodillas, y dijo a la mujer: – Sube.

La mujer no podía creerlo, pero inmediatamente cogió su hatillo de ropa y montó sobre los hombros del monje.

Monje y mujer cruzaron el río con bastante dificultad, seguido por el monje joven. Al llegar a la otra orilla, la mujer descendió y se acercó con la intención de besar las manos del anciano monje en señal de agradecimiento.

– Está bien, está bien- dijo el anciano retirando las manos. Por favor, sigue tu camino.

La mujer se inclinó con humildad y gratitud, tomo sus ropas y se apresuró por el camino del pueblo. Los monjes, sin decir palabra, continuaron su marcha al monasterio… aún tenían por delante diez horas de camino.

El monje joven estaba furioso. No dijo nada pero hervía por dentro.

Un monje zen no debía tocar una mujer y el anciano no sólo la había tocado, sino que la había llevado sobre los hombros.

Al llegar al monasterio, mientras entraban, el monje joven se giró hacia el otro y le dijo:

– Tendré que decírselo al maestro. Tendré que informar acerca de lo sucedido. Está prohibido.

– ¿De qué estás hablando? ¿Qué está prohibido? -dijo el anciano

– ¿Ya te has olvidado? Llevaste a esa hermosa mujer sobre tus hombros – dijo aún más enojado.

El viejo monje se rió y luego le respondió:

– Es cierto, yo la llevé. Pero la dejé en la orilla del río, muchas leguas atrás. Sin embargo, parece que tú todavía estás cargando con ella…

«El monje y el científico» (Aprender a recibir)

Cuenta una antigua leyenda que un famoso científico acudió a la casa de un maestro zen. Al llegar, se presentó enumerando todos los títulos que había alcanzado y lo que había aprendido a lo largo de sus años de estudio.

Después le pidió al maestro que le enseñara los secretos de su filosofía. Por toda respuesta, el maestro se limitó a invitarlo a sentarse y le ofreció una taza de té.

Aparentemente distraído, sin dar muestras de preocupación, el maestro virtió té en la taza del científico, y siguió echando té aunque la taza ya estaba llena.

Perplejo por aquel desliz, el científico le advirtió al maestro que la taza ya estaba llena y que el té se estaba escurriendo por la mesa.

El maestro le respondió con tranquilidad:

– Exactamente. Usted ya viene con la taza llena, ¿cómo podría aprender algo?

Ante la expresión incrédula del científico, el maestro enfatizó:

– A menos que vacíe su taza, no podrá aprender nada.

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Fotografía: Sincerely Media

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