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¿Cómo llegué hasta aquí?

Trauma·Elsa Bonafonte·Junio 17, 2025· 7 minutos

Estas semanas he pensado mucho en esto. Muchas personas nacen con una flore en el culo. Desde que vienen al mundo están rodeadas de amor, de recursos, de abundancia, de oportunidades… Y aunque todo el mundo vive dificultades en su vida, hay personas que “navegan” una existencia relativamente fácil.

Eso no ha sido mi caso. La mayor parte de mi vida ha sido una verdadera lucha por la supervivencia. Antes no lo sabía, pero ahora sé que fue una CONTINUA LUCHA POR LA SUPERVIVENCIA.

A los 18 o 19 años aterricé por primera vez en un psicólogo. Y fue por obligación. Me derivaron en las urgencias de un hospital por un ataque de pánico que casi me mata. La psicóloga me dijo que era un milagro que no tuviese esquizofrenia a los 10 minutos de conocerme. Y tras un año allí salí llena de etiquetas: Ataques de pánico, ansiedad, shock traumático, TEPT, TOC…

Me dieron el alta porque el programa solo duraba un año. Y me fui a casa sin que nadie me hablara de trauma, de regulación del sistema nervioso, de teoría polivagal, de respuestas traumáticas...

Nadie me dijo que mi cuerpo era perfecto y estaba respondiendo de una manera totalmente perfecta para las situaciones que había vivido. Nadie me dijo que mi cuerpo solo me estaba ayudando a sobrevivir sin que perdiera la cabeza.

Así que salí sin saber por qué me pasaba lo que me pasaba. Y asumiendo que estaba “rota”, y que yo no era capaz de tener una vida feliz como tenían los demás.

¿Cómo he llegado hasta aquí?

No lo sé… Esa es la verdad.

De los 8 a los 18 años fue la peor parte. Estaba totalmente disociada y desconectada de la realidad. No era capaz de relacionarme ni de comunicarme con los demás. Solo tenía una amiga de verdad, y no soportaba que ella quisiera jugar con otras niñas. Cuando lo hacía, yo me solía aislar. Y cuando salíamos al cine o a merendar, era incapaz de hablar. Ella tenía que hablar por mi. Tampoco soportaba que me tocasen. Básicamente vivía en piloto automático, haciendo lo que hacían los demás. No podía sostener las emociones y las sensaciones. Y mi cabeza era un absoluto caos. Durante el año entero de la terapia de grupo a la que estaba obligada a ir, no abrí la boca ni una vez.

Ahora sé que estaba estancada en el dorsal, sin ningún acceso a la rama de la seguridad y la conexión. No era capaz de conectar con el mundo exterior ni con mi propio mundo interior.

De los 17 a los 27 años, me fui al otro extremo. Tenía que empezar el instituto para hacer COU, y luego la universidad. Y no me quedaba otra que sobrevivir de alguna manera. Así que me creé un personaje y viví durante 10 años con esa máscara. Hacía muchísimos amigos donde fuera, estudié dos carreras y media y dos máster, mientras trabajaba en uno o dos sitios a la vez. Trabajé en más de 10 empresas distintas, llegando a puestos de mucha responsabilidad. Hablaba en público. Viajaba. Viví en otro país…

Ahora sé que estaba estancada en el simpático. Como decía un novio que tuve, “estás corriendo hacia algún sitio, y no sabes ni hacía donde corres”…

De los 25 a los 37 años me los “pasé en terapia… A los 25 años me empecé a dar cuenta de lo mal que estaba. Por primera vez busqué ayuda y empecé terapia. Y ahí empezaron unos 13 años de terapias sin parar. Dos años con una psicóloga que hacía terapia familiar sistémica, 6 meses con un psicólogo que hacía terapia focalizada en la emoción, 4 años de terapia Gestalt…

Y en medio de esos años, el ciclo empezó a cambiar y me fui de nuevo al dorsal. Estaba todavía peor que cuando empecé. Me quedé en paro y aproveché para no hacer nada. Y fue entonces cuando di con el trauma, la disociación, el TEPT y las terapias más “inconscientes”. Hice Sandplay, hipnosis, breathwork, constelaciones familiares… Y aunque seguía estando mal, algo empezó a cambiar.


El cambio

El cambio llegaría con unos 37-38 años. Primero, un gran amigo me recomendó el libro “Vivir con disociación traumática”. Y eso ya empezó a abrirme los ojos. Me pasé un verano entero encerrada en mi habitación con ese libro. No sé cómo no me volví loca en ese momento. Es cierto que es un libro enorme de unas 400 páginas, y que yo tampoco daba para mucho en ese momento, pero no hice otra cosa. Ahí entendí todos los síntomas que llevaba arrastrando durante veinte años.

Pero el verdadero cambio se dio cuando descubrí a través de Instagram las terapias “informadas en trauma”. A través de una formación en trauma que hacían en Estados Unidos descubrí a Deb Dana y la Teoría polivagal. Y eso me hizo explotar la cabeza.

Eso era lo que tanto había necesitado. Entender lo que le había pasado a mi cuerpo con 8 años. Sentí un alivio enorme. De repente, podía explicar todos los síntomas que había sufrido toda mi vida. Y todas las experiencias “disfuncionales” que había tenido con trabajos, parejas, amigos, familia…

Entender que mi cuerpo siempre había reaccionado de forma perfecta según las circunstancias, fue un alivio tremendo. Entender que mi cuerpo solo me estaba haciendo sobrevivir, fue un alivio tremendo.

Y el segundo paso fue ser consciente de que tenía que regular mi sistema nervioso. Empecé a hacer prácticas somáticas por mi cuenta. Empecé a hacer prácticas para activar el nervio vago. Empecé a recuperar una respiración funcional gracias al método Buteyko. Empecé a deshacerme de todos los tóxicos en detergentes y cosméticos. Empecé a regular mis ritmos circadianos a través de la luz… Dejé los alimentos excitantes como cafeína, teína y a sustituirlos por alimentos más reguladores. Empecé a “dejar de hace cosas” como una loca…


Y llegué hasta aquí

Y lo increíble es que llegué hasta aquí. Y es realmente increíble. Porque viví más de 30 años en modo supervivencia. Luchando a cada momento. Fantaseando con la muerte. Disociada, viviendo en la fantasía, con síntomas de todo tipo. En una confusión tremenda.

Siento que en esos años realmente viví al límite de la locura. De hecho, era uno de mis grandes miedos. Volverme loca.

No quería tener hijos y no quería vivir más allá de los 50 años. Pensaba que no quería traer al mundo un niño que tuviese la más remota posibilidad de vivir lo que había vivido yo.

Y aquí estoy ahora. Con mi familia, con mi hija, con mi negocio, con un cuerpo perfecto que sigue aprendiendo a regularse.

Realmente, con 25 o 30 años no hubiese imaginado que ahora estaría donde estoy. No hubiese imaginado que era posible para mí alcanzar un estado “relativo” de calma y tranquilidad. Sin el TOC, los bucles obsesivos, el caos interno, la confusión, la huida constante de la realidad, el miedo a las sensaciones corporales, el juicio, la culpa, el miedo, la desconexión…

Peter Levine dice que el nivel de presencia y conexión que consigue una persona que ha sanado el trauma, no es comparable con el de una persona que nunca ha tenido trauma. Y ahora entiendo por qué.

Para una persona que nunca ha tenido la presencia y la conexión es algo normal. Algo que siempre ha tenido. Y por eso, no lo valora.

Un superviviente de trauma, literalmente, se ha tenido que ganar cada gramo de presencia y conexión que es capaz de sostener. Ahora ya vivo anclada a la realidad, pero me ha llevado años de “entrenamiento consciente” para no dejarme llevar por los deseos que tenía de huir a mis “mundos imaginarios”.

No es fácil ser superviviente de trauma con posibles altas capacidades y con posible TDHA. No es fácil construirse una vida con la suficiente calma, presencia, paz, amor, compasión… Durante años es una lucha constante por mantenerse cuerdo y por sobrevivir.

No es fácil, pero es posible.

Y si estás leyendo esto, ya has pasado la peor parte. Y ahora te toca la parte más hermosa 🌸

Con amor,
Elsa