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Cuando nos enfrentamos a nuestras heridas de la infancia, puede ocurrir dos cosas…
O nos sentimos enfadados, heridos y resentidos por las decisiones que tomaron nuestros cuidadores. y por su falta de “sintonía” con nosotros…
O eludimos nuestro dolor con justificaciones del tipo: “hicieron lo que pudieron”, “ellos tampoco recibieron el amor que merecía”, etc.
Lo que ocurre cuando nos ponemos en el primer extremos es que nos estancamos en la ira y el resentimiento hacia nuestros padres. Además, nunca nos sentiremos realmente en paz con nosotros mismos debido a la acogida incompleta de las experiencias emocionales y somáticas (corporales).
En el otro extremo, estamos negando nuestras experiencias VÁLIDAS de rabia y dolor en un esfuerzo vano de proteger a nuestros padres y las circunstancias que tuvieron que vivir.
En los dos lados nos ABANDONAMOS a nosotros mismos y nos negamos el derecho a sentir paz y seguridad. Al mismo tiempo que nos condenamos a una eterna desregulación emocional y corporal.
El único camino de sanar es abrazar las dos perspectivas. Es cuando ponemos sobre la mesa nuestra rabia y nuestro dolor, al lado de la compasión.
En la mayoría de los casos veremos que cuanto más sanamos, más compasión vivimos. Y seremos más capaces de ver las heridas de nuestros padres. Entonces seremos capaces de sentir empatía hacia ellos y comenzaremos a comprender cómo ellos mismos fueron desatendidos en su infancia.
Este entendimiento y compasión hacia nuestros padres es una experiencia transformadora y sanadora para nosotros mismos. Mientras seguimos honrando cada emoción y sensación que perdura en nuestro niño interior.
Sanamos cuando honramos las dos perspectivas. Cuando creamos un espacio seguro para dar la bienvenida a todo lo que aparece, entonces podremos atravesar y sanar las experiencias emocionales dolorosas, así como los síntomas en nuestros cuerpos. El cuerpo podrá sentir, procesar, integrar y sanar.
Si podemos sentir somáticamente esas emociones como sensaciones en el cuerpo… Seguirlas, acogerlas, amarlas e integrarlas… el movimiento se dará. Movernos desde los lugares de congelamiento y bloqueo, a lugares de expansión, de amor y de sanación.
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